Luz de Lámpara

de Luis Jardiel

Prólogo
Luna de Conmemoración

Eramos tres presos que nos apretábamos contra una estrecha ventana, los barrotes nos detenían, pero nuestros corazones estaban henchidos de anhelos y esperanzas....

Afuera, veíamos brillar una luna inmensa, la luna llena, la misma que tres mil quinientos años atrás dió esperanza de liberación a los israelitas cautivos en Egipto; y que ahora nos la daba a nosotros.

Y así como el pueblo de Dios salió del cautiverio la noche que brilló esa luna, esa noche nosotros también "saldríamos", aunque sólo sea recordando que el momento de la libertad y un gobierno justo sí se haría realidad en poco tiempo más.

Era el 19 de Abril de 1981, para la cristiandad sería la mística Pascua, para el pueblo de Dios en toda la tierra sería La Conmemoración, una ocasión para recordar con recogimiento y meditación lo que Dios había hecho por nosotros. Jesucristo dijo: "Sigan haciendo esto en memoria de mi", y eso era lo que nos proponíamos hacer.

Ese día en el mundo entero los primeros en recordar el sacrificio de Cristo Jesús fueron los Testigos de Jehová de las islas del Pacífico, al oeste de la línea divisoria del día. Y los últimos, creo yo, por la hora y el uso horario seríamos nosotros. Millones de personas se estaban congregando y para ésto se necesita organización y arreglos, veamos lo que tuvimos que hacer...

En aquel Abril de 1981 no se nos permitía trabajar, sólo vegetar en el calabozo, pero dos días antes de la conmemoración, con dos dedos entre las rejas pude correr la traba externa de la puerta y como si no hubiese habido nadie, simplemente salí caminando de la guardia... ¿fue cosa de los ángeles?.. quizás, pero el asunto fue que por unos momentos estuve en libertad y los aproveché... y entonces no fue difícil encontrar a un soldado conocido que con inusual desprendimiento me regaló una botella con un poco de vino tinto que había quedado de una bacanal en el Casino de Oficiales. Inmediatamente la llevé a la guardia, y por la ventana de atrás se la pasé a Franco por las rejas...

-¡¿Y ésto?!- me dijo excitado
-Esto es para el Memorial, escondéla en el techo del quinto calabozo...

Dicho y hecho. Ahora sólo faltaba el pan sin fermentar, y para ésto simplemente fuí al Casino de Oficiales y le pedí a un sargento conocido si me dejaba cocinar unos "pastelillos de pascua". Fue entonces que nada más que con harina común y agua amasé unas tortas chatas que fueron al horno quince minutos y luego con mi preciosa carga me fuí a la guardia de vuelta. Una vez que tuvimos los emblemas a salvo en el falso entretecho aguardamos tranquilos la fecha de la conmemoración.

Aquella tarde del 19 de Abril era tranquila, templada y nostálgica; las familias de Franco y Roby, mis compafíeros de cautiverio ya se habían retirado y reinaba un espíritu de alegría inusual ya que no siempre se nos permitían las visitas de la familia. El único inconveniente era como hacer la conmemoración sin la interferencia de los soldados y los demas presos.

Nuestros alojamientos eran calabozos de un metro por dos, así que para estar tranquilos concordamos que lo mejor sería esperar hasta las diez de la noche, por lo menos, para comenzar. A esa hora, Roberto -que mide un metro noventa- aflojó las lámparas de todos los calabozos menos del último que era el más escondido.

Así, cuando el sueño descendió sobre los demás presos..., pusimos un verde colchón militar en el "salón" para la ocasión y engalanados con nuestra ropa más limpia nos encerramos. Tuve el privilegio de hacer la breve conferencia, y recordamos cuando el pueblo de Dios escapó del yugo Egipcio por medio de portentos y emigró a la tierra prometida. Y como Jesucristo, el mismo día, más de mil quinientos años después, un catorce de Nisán, instituyó el nuevo pacto en virtud de la sangre que derramaría. Leímos entonces Lucas 22:14 y los versículos siguientes, que dicen:"Al fin cuando llegó la hora, se reclinó a la mesa, y los apóstoles con él... tomó un pan, dió gracias y lo partió, y se lo dió a ellos diciendo: esto significa mi cuerpo que ha de ser dado en favor de ustedes. Sigan haciendo esto en memoria de mia. Y dijo en versículos anteriores: "También la copa de la misma manera... esta copa significa el nuevo pacto en virtud de la sangre que ha de ser derramada a favor de ustedes" .

Roberto hizo entonces 'la oración por el primero de los emblemas que pasaríamos, el pan sin levadura... y pasó el pan en un plato de acero. Luego Franco hizo lo mismo con el vino y nos pasamos el jarro metálico de ejército con el vino tinto.

Nadie participó en los emblemas y la asistencia fue de tres personas. .

Fuimos felices de haber cumplido con la ancestral costumbre del pueblo de Dios... y puedo decir que fue el memorial más grato del que tengo recuerdo.

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Almorzando con Mirta Legrand
(Páginas 96 a 99)

En la guardia no teníamos televisión, por lo tanto no podíamos ver este un tanto frívolo y exquisito programa de televisión. Sin embargo los almuerzos en el calabozo y en compañía de tan variadas e ilustres personalidades a veces llegaban a ser más pintorescos.

Piccolini era un preso nuevo, traído ese mismo día, y apa-rentemente que con mucho apetito, ya que lo primero que preguntó fue:

-¿Se come bien aquí? -Se creía que lo acababan de alojar en el Sheraton, y nosotros para seguirle la corriente le dijimos en broma...
-¡Oh sí!... de entrada tenés sopa de ostras, luego nos traen en bandejas de plata dos pavos dorados, a continuación como postre un pudding de ciruelas cocido en molde de porcelana. Todo abundantemente regado con vinos de la cuenca del Rhur.

A lo que el pequeño Italiano se rió y dijo:

-Fuera de broma che, canten la justa, -a lo que Franco contestó...
-Bueno, hoy tenemos asado con pastelillos de cemento.
-Los "pastelillos" los imagino intragables; pero ¿y el asado?
-Para decribir lo que es "el asado" de aquí te diré que son trozos de carne de volúmen un tanto compacto, marrón oscu-ro, muy duros, e invariablemente fríos.-le conteste.
-Qué asco -dijo Piccoliní.
-Pero si tenés que estar mucho tiempo aquí, son una excelente fuente de proteínas, lo que aunado al siempre presente pan nos da una dieta equilibrada (Si se toma Supradyn todos los días).
-¡Allí trajeron la comida, vamos a comer! -Exclamó el nuevo.
-Pará, aquí no hay reglas de etiqueta pero hay que respetar las imposiciones de los guardias.
-¿Y qué dicen?
-Los primeros en comer son los soldados del relevo de descanso, luego comen los del segundo relevo...
-¡Luego mangiamo nosotros! -no le contesté.
-Después hay que esperar que venga el tercer relevo... y a posteriori comen los soldados presos y finalmente... los presos Testigos de Jehová, bueno casi siempre sucede así.
-Entonces yo como antes que vos...
-Teóricamente, pero hoy creo que comemos todos juntos.
-A las dos de la tarde, cuando Piccolini estaba casi muerto por inanición y ya habían comido todos los soldados, un suboficial gritó:
-¡Rancho!, ¡todos los presos a comer!, ¡y luego limpian todo!

Entonces todos los presos fuimos a almorzar, o mejor dicho a nutrimos con lo que había quedado. Se dice que una mesa bien presentada, con los manjares bien preparados y arregladitos estimula el apetito. Nosotros simplemente comíamos por inercia, para mantenemos sanos. La mesa, y he aquí uno de los elementos más pintorescos de mi vida en la guardia era... simplemente indescriptible. Yo podría hacer un esfuerzo para describirla pero de todas formas siempre seria una relato opa-co. Igualmente haré un esfuerzo.

La mesa tenía dos metros y medio de largo, a sus costados se ponían unos duros bancos de madera. Su superficie estaba recubierta por una placa de fórmica imitación madera, pero lo más llamativo era el estado que presentaba cuando nos sentábamos a comer, simplemente estaba recubierta por un pandemonio de los restos de cuatro comidas sucesivas. Me olvidaba decir, cada turno comía con la vajilla del anterior y no limpiaba nada para el siguiente turno. Si el día que Piccolini hizo su aparición en la guardia se hubiese tomado una foto para la posteridad, el aspecto del lugar habría sido: Un piso sucio, y una mesa con varios platos de acero inoxidable (odio los platos de acero inoxidable) con restos de una coagulada sopa de garbanzos, cubiertos sucios dispersos en forma desordenada y pequeñas montañas de hasta quince centimetros de alto de miga de pan y de huesos y cáscaras de naranja. Ese día habían traído comida para treinta y todos los restos aún estaban sobre la pequeña mesa, nada había sido tocado. Era una imagen muy sucia y desordenada. Comíamos entre montañas de basura.

y de pronto Piccolini dijo:

-¡Che este asado no está hecho a las brasas, está cocido!

En realidad no sé qué ocurría dentro de los hornos del ejército, pero dentro de los mismos la carne se endurecía y salía como cocida.

Luego de la ingesta venía la limpieza, tarea que era harto dura pero con la técnica que desarrolló Roby se facilitó mucho.
Primero se procede a lavar los platos... dentro de un cilindro debajo de la canilla del retrete. Luego Roby con celo profecional. y mucha habilidad ponía los dos cilindros en el extremo de la mesa y pasaba el secador de piso... como si fuera un croupier del casino, de esta manera los restos del festín llenaban los cilindros. Para esto Franco ya había barrido el piso, y el pequeño montón de basura se ponía dentro de los cilindros. El contenido de estos se vaciaba en el tacho de basura general; y luego como la superficie de la mesa estaba pegajosa y sucia por la parda sopa de garbanzos se le tiraba un cilindro de agua encima (se la baldeaba), de paso el agua también le daba una buena enjuagada al piso. Finalmente, para coronar la empresa con el broche de oro, Roby pasaba el secador sobre la superficie de la mesa y del piso... dejando el comedor en perfectas condiciones de higiene.

Despues de esto venía la ceremonia del té... se ponía en el cilindro tantos jarros de agua como presos hubiera (no existe nada más util que un cilindro)... y un saquito de té. Ese día éramos ocho, por lo tanto hicimos ocho jarros de té con un saquito. Después, como dignos caballeros nos sentábamos en semicírculo en la cocinita, para charlar, bromear, y soñar con la libertad.

Ese día Franco convidó con un poco de licor de nuez, y se tuvo que pelear con Piccolini porque este quería más. Bueno, pero esto dará lugar a otra historia.